Interferencias
ruicicleteras en la Ciudad de México
Llegamos así a una tercera razón para que sea cada vez más difícil pensar el ruido en términos tanto sociales como artísticos, que es propiamente la violencia. Un ejemplo paradigmático de este problema se presenta en los ya mencionados futuristas, quienes concibieron a principios del siglo XX un Arte de los Ruidos que exaltaba la destrucción, al punto de consagrar la belleza de la guerra y promover activamente el fascismo. Como ellos, muchos han considerado que sólo a partir de la violencia radical es posible atacar la hegemonía, amén del sacrificio humano y cultural que esto implique. No obstante, las traumáticas experiencias de la guerras mundiales, las dictaduras, desplazamientos forzados, revoluciones y demás hechos violentos que trastornaron la historia de la humanidad en décadas recientes -y sobra decir que la han trastornado desde la antigüedad hasta el día de hoy-, y que nos demuestran cada vez que la violencia desmedida siempre da lugar al establecimiento de nuevos sistemas represores, nos obligan a replantear los medios y objetivos de un ruido que busque violentar las estructuras sociales, pero atacando sólo aquellos aspectos de la realidad que resultan hostiles al respeto, la convivencia y la vida.
El proyecto Ruidos Itinerantes consiste en la intervención de bicicletas con el fin de irrumpir su habitual funcionamiento, convirtiéndolas en máquinas de ruido –ruicicletas-, para después realizar con ellas una serie de recorridos por algunas de las calles más transitadas de la Ciudad de México. Es importante decir que para esta intervención instalamos un sistema de amplificación que intensifica los ruidos del mecanismo de la propia bicicleta, que se alimenta con un generador que convierte en electricidad la energía mecánica de sus llantas al rodar, y que nosotros mismos construimos a partir de desperdicios electrónicos. Si las bicicletas son en sí mismas medios de transporte libre que funcionan con la energía del cuerpo, prescindiendo de licencias y combustibles privativos, al intervenirlas las convertimos además en generadoras de energía que utilizan materiales reciclados para amplificar de manera autónoma sus ruidos. Aunado a ello, cuando interferimos con estas ruicicletas el entorno sonoro que normalmente se encuentra dominado por los automóviles, emitimos un ruido alternativo que visibiliza la contaminación sonora y espacial que los autos generan en las ciudades. De esta manera, buscamos poner en práctica principios de autonomía, autogestión, colaboración y libre expresión de la creatividad humana, elementos fundamentales en nuestra concepción del Arte Libre.
Ruido13
Abrimos esta
ponencia con las siguientes palabras del filósofo Michel Serres:
Estamos
rodeados por ruido. Y este ruido es inextinguible. Está afuera -es el mundo
mismo- y está también adentro, producido por nuestro propio cuerpo viviente (…)
El ruido destruye y horrorifica. Pero el orden y la repetición plana son
aledaños a la muerte. El ruido alimenta un nuevo orden. (Michel Serres, El
parásito).
A lo largo de la
historia, y particularmente en el siglo XX y lo que va del XXI, diversos
artistas, científicos y pensadores han explorado el concepto del ruido, entendiéndolo
como la interferencia de una señal o la irrupción de un código específico. Por
su naturaleza disruptiva, el ruido implica una violencia hacia el orden
establecido, una confrontación con el status quo necesario para que un
determinado sistema funcione correctamente. El ruido, además, es un agente
incompresible que para violentar efectivamente las normas de un sistema debe
ser ilegible para el mismo. De lo contrario, el ruido pasará por una falla
técnica reparable desde los códigos reconocidos, y lejos estará de alimentar
órdenes alternos que difieran sustancialmente de los actuales.
En el caso del arte,
la noción de ruido ha dado lugar a teorías, movimientos y manifiestos que
buscan reconfigurar los sistemas creativos, así como los campos de percepción
posibles para los seres humanos. Desde los músicos futuristas que pretendían
transformar el mundo a partir de una revalorización estética de los emergentes
ruidos industriales, hasta las muchas formas con las que los artistas de Fluxus
abordaron este fenómeno, vemos repetida en incontables ocasiones la fascinación
ante aquello que desborda lo conocido, que interviene lo establecido, y que
rompe con los estatutos de la normalidad.
Ahora bien, pensar
el ruido desde el arte en los términos expuestos resulta cada vez más
complicado. En primer lugar, esto se debe a que el actual sistema dominante
–llámese capitalismo, neoliberalismo, imperialismo global, etc.- tiene una
especial capacidad para absorber y dar sentido a toda clase de información,
evitando en buena medida que puedan existir interferencias a su lógica
operativa. Un ejemplo de esto es la manera en que el mercado da cabida a
expresiones artísticas que se definen a sí mismas como “contracultura”, ofreciéndoles
un espacio privilegiado en el centro mismo de las instituciones culturales.
En segundo lugar
tenemos el problema de la incomprensión o ilegibilidad que, como dijimos ya, es
un aspecto esencial del ruido. Si bien el asunto de la no inteligibilidad, la
ausencia de códigos reconocibles, la búsqueda del rechazo público, y demás
elementos relacionados con una recepción alternativa son elementos que
atraviesan una enorme cantidad de expresiones artísticas a lo largo del siglo
XX, sigue vigente la pregunta de cómo abrir realmente la posibilidad de una
irrupción en los modos de sentir y pensar de las personas, sin que la
experiencia artística se limite a una indiferencia por parte del público no
especializado, o a una mera legitimación institucional por parte de los
expertos. Queda claro que este problema se relaciona estrechamente con el tema
de la cooptación del que hablábamos antes, aunque en este caso el enfoque no recae
sobre la dificultad de concebir el ruido frente a un sistema flexible y
absorbente, sino que apunta directamente hacia la sensibilidad de las personas.
Evidentemente, tenemos interiorizada una manera de apreciar que está modelada
por la cultura dominante, y es natural que rechacemos aquello que escapa a
nuestra norma. Por lo tanto, pensar el ruido en términos estéticos implica
violentar la sensibilidad humana, lo cual nos enfrenta a muchas dificultades
estratégicas e incluso puede conllevar debates éticos respecto a los límites de
violencia que podemos permitirnos en este sentido.
Llegamos así a una tercera razón para que sea cada vez más difícil pensar el ruido en términos tanto sociales como artísticos, que es propiamente la violencia. Un ejemplo paradigmático de este problema se presenta en los ya mencionados futuristas, quienes concibieron a principios del siglo XX un Arte de los Ruidos que exaltaba la destrucción, al punto de consagrar la belleza de la guerra y promover activamente el fascismo. Como ellos, muchos han considerado que sólo a partir de la violencia radical es posible atacar la hegemonía, amén del sacrificio humano y cultural que esto implique. No obstante, las traumáticas experiencias de la guerras mundiales, las dictaduras, desplazamientos forzados, revoluciones y demás hechos violentos que trastornaron la historia de la humanidad en décadas recientes -y sobra decir que la han trastornado desde la antigüedad hasta el día de hoy-, y que nos demuestran cada vez que la violencia desmedida siempre da lugar al establecimiento de nuevos sistemas represores, nos obligan a replantear los medios y objetivos de un ruido que busque violentar las estructuras sociales, pero atacando sólo aquellos aspectos de la realidad que resultan hostiles al respeto, la convivencia y la vida.
Para quienes
creemos en el arte como un espacio para impulsar procesos de transformación
social, desde una perspectiva ruidosa como la que Michel Serres nos plantea, los
problemas anteriores constituyen un marco de reflexión que nos obliga a repensar
nuestra práctica constantemente. Esto nos ha llevado a nosotros como colectivo,
junto con muchos artistas en América Latina y en el mundo, a vincular nuestro
trabajo con movimientos culturales que desde distintos enfoques buscan
transformar la realidad que nos aqueja. Entre ellos, el movimiento de la
Cultura Libre tiene un lugar especial, dada una serie de argumentos que
explicaré a continuación.
Aunque es verdad
que Cultura Libre es un término genérico que hoy en día abarca una gran
cantidad de perspectivas que pueden llegar incluso a contradecirse entre sí,
existe un cierto consenso sobre cuál es el “enemigo común” al que habría que
atacar para mejorar las condiciones sociales. La privatización cultural, que
según el enfoque que se tome puede referirse a distintos bienes inmateriales
como ideas, información o pensamientos, o puede también denotar bienes
materiales fundamentales para la vida de una cultura –como son el agua, la
tierra o la vivienda-, representa para muchas personas el corazón de la
inequidad y explotación que hoy más que nunca ponen en peligro la vida, la paz,
la libertad y dignidad tanto del ser humano como del mundo. Si bien la
explotación privativa ha marcado la historia de la mayoría de las civilizaciones
que conocemos, nunca antes se había conjugado una lógica invasiva que busca
privatizar desde las palabras hasta el aire, con un desarrollo tecnológico que
permite controlar, manipular, vigilar los espacios más íntimos de nuestras
vidas. Frente a este panorama, el movimiento de la Cultura Libre responde con
una variedad de alternativas contra-hegemónicas que revierten, en distintos
grados y desde posiciones muy diversas, este impulso depredador que en sus
últimas consecuencias podría privatizar nuestra propia existencia.
Desde aquel ensayo
germinal de Lawrence Lessig que apenas hace una década instaurara el término Cultura
Libre, y desde los manifiestos e innovaciones informáticas de Richard Stallman,
ambos pilares en este debate internacional que hoy podemos considerar un
movimiento global cada vez más extendido, el arte ha tenido un rol central en
las discusiones sobre propiedad intelectual y formas colaborativas de creación,
distribución e intercambio de las ideas. Esto ha dado lugar, como sabemos, a
principios legislativos que son asimismo posiciones ético-estéticas como el
Creative Commons, el Copyleft, el Copy-far-left o las licencias de arte libre,
sólo por mencionar algunas de las más conocidas. Estas iniciativas han
transformado la manera en la que concebimos las prácticas artísticas, abriendo
un abanico de posibilidades que en cierta medida reconfiguran las formas de
contemplar, construir, compartir y sentir el mundo.
Hay que decir, sin
embargo, que aunque reconocemos los importantes avances que ha habido en
términos de legislación e instauración de formas alternativas de producir y compartir
el arte, consideramos también que el enfoque de la Cultura Libre se ha concentrado
en el tema de las licencias y de las prácticas que se dan en Internet, dando
muy poca atención a otros aspectos que también se ven afectados por la ola de
privatización que caracteriza nuestra época. Por esa razón, con la idea de
contribuir a las discusiones mencionadas, nos hemos propuesto realizar una
investigación que conciba el Arte Libre –es decir, el arte concebido desde una
noción de Cultura Libre- desde una dimensión compleja que incluya elementos
como el cuerpo, la imaginación, la escucha y el goce, siempre con la intención
de interferir ruidosamente los sistemas privativos que rigen en cada caso. Para
ejemplificar el trabajo que Ruido13 realiza dentro del campo de la Cultura y
Arte Libres, en esta ponencia presentaremos un proyecto que llevamos algunos
meses desarrollando, y que resulta especialmente ilustrativo de la manera en
que concebimos la libertad artística en el sentido amplio que hemos señalado.
El proyecto Ruidos Itinerantes consiste en la intervención de bicicletas con el fin de irrumpir su habitual funcionamiento, convirtiéndolas en máquinas de ruido –ruicicletas-, para después realizar con ellas una serie de recorridos por algunas de las calles más transitadas de la Ciudad de México. Es importante decir que para esta intervención instalamos un sistema de amplificación que intensifica los ruidos del mecanismo de la propia bicicleta, que se alimenta con un generador que convierte en electricidad la energía mecánica de sus llantas al rodar, y que nosotros mismos construimos a partir de desperdicios electrónicos. Si las bicicletas son en sí mismas medios de transporte libre que funcionan con la energía del cuerpo, prescindiendo de licencias y combustibles privativos, al intervenirlas las convertimos además en generadoras de energía que utilizan materiales reciclados para amplificar de manera autónoma sus ruidos. Aunado a ello, cuando interferimos con estas ruicicletas el entorno sonoro que normalmente se encuentra dominado por los automóviles, emitimos un ruido alternativo que visibiliza la contaminación sonora y espacial que los autos generan en las ciudades. De esta manera, buscamos poner en práctica principios de autonomía, autogestión, colaboración y libre expresión de la creatividad humana, elementos fundamentales en nuestra concepción del Arte Libre.
Si bien las
dimensiones de esta ponencia no nos permiten profundizar en aspectos más
específicos de los Ruidos Itinerantes, hay algunos puntos que consideramos
necesario explicar para tener una idea más clara de cómo funciona este
proyecto.
Primeramente, hay
que decir que el contexto territorial en el que éste se desarrolla juega un
papel central en nuestra propuesta. A este respecto podemos resumir que la
Ciudad de México, siguiendo el modelo de otras ciudades en el mundo, se
encuentra actualmente en una etapa de desarrollo urbano que comienza a
considerar el ciclismo como un elemento de vital importancia para resolver
problemas como el tráfico automovilístico, la contaminación, los accidentes
viales y la falta de estacionamientos. Es así que en los últimos años se han
implementado programas de concientización sobre el respeto hacia los ciclistas,
y también se han realizado obras públicas como estaciones de préstamo de
bicicletas e implementación de carriles preferenciales o exclusivos en algunas
avenidas estratégicas. Es de suponer que estos programas son cuestionables en
varios aspectos, como en el hecho de concentrarse en colonias de clase
media-alta o de no contar con un diseño integral que garantice la seguridad de
los ciclistas, además de que resultan por mucho insuficientes para atender las
necesidades viales de una de las ciudades más grandes y pobladas del mundo. No
obstante, a pesar de las deficiencias y enormes dificultades que existen para
el ciclismo capitalino, la labor de iniciativas ciudadanas como los colectivos Bicitekas,
Biciraptors, Biciellas y Bicicerdos, sólo por mencionar algunos, ha sido
fundamental para impulsar el transporte ciclista en el Distrito Federal y para
mejorar las condiciones urbanas con base en la demanda sostenida hacia las
autoridades correspondientes. De ahí que nuestra iniciativa se inserta en un
marco de luchas sociales que promueven activamente el uso de la bicicleta,
desde distintas perspectivas que van del urbanismo al activismo ecológico. Cabe
agregar que para nosotros ha sido importante entrar en contacto con algunos de
los colectivos bicicleteros mencionados, ya sea para asesorarnos o para
invitarlos a participar en nuestras rodadas.
Un segundo aspecto
de los Ruidos Itinerantes que nos parece importante destacar es que combina la
acción artística con espacios de reflexión y análisis sobre las implicaciones
que dichas acciones tienen en términos sociales. Respecto a lo último, hay
algunos estudios que han motivado de manera particular nuestro trabajo. Podemos
mencionar, por ejemplo, el libro Nowtopia de Chris Carlsson, el cual dedica un
capítulo a analizar cómo los movimientos bicicleteros forman parte de un
impulso global por transformar las condiciones socio-económicas del actual
sistema capitalista. Otros textos que nos han llevado a reflexionar sobre temas
similares son el Elogio de la Bicicleta, en el que el antropólogo Marc Augé
lanza una serie de argumentos sobre el beneficio que este medio de transporte podría
traer en términos sociales, así como el estudio titulado Por mi ciudad en
bicicleta, de la urbanista Ruth Pérez López, que trata específicamente de las condiciones
ciclistas de la Ciudad de México. Es desde esta intención de combinar el
trabajo artístico con la investigación crítica que para nosotros es importante
compartir nuestra labor en foros como este congreso, o como en los paseos
ruicicleteros en los que incluimos un espacio para conversar sobre estos
asuntos con los participantes.
El tercer y último
aspecto que queremos subrayar es el propósito de que los Ruidos Itinerantes
sean replicados. Con este fin, nos estamos dando a la tarea de documentar las
distintas etapas del proceso, además de redactar un manual que explica
detalladamente cómo construir las ruicicletas, cuáles son nuestras
motivaciones, y que sugiere distintas acciones ruidistas que pueden ser
llevadas a cabo. Es importante añadir que tenemos planeado organizar talleres donde
los participantes aprendan a construir sus propias máquinas de ruido,
estimulando con ello una manera creativa de relacionarse con lo que pasa a ser
más que un mero medio de transporte, e invitando a una escucha diferente a la
que nos ofrecen la música y los sonidos urbanos a los que la mayoría de la
gente citadina se encuentra expuesta. Por un lado, hemos explicado ya cómo las
ruicicletas amplifican el ruido de sus mecanismos, invitando a percibir
estéticamente aquellos sonidos que pasan normalmente desapercibidos; por otro
lado, al promover la réplica de estos Ruidos Itinerantes buscamos amplificar
sus efectos sociales, a través de acciones que personas y colectivos puedan
realizar en distintas partes del mundo.
Volviendo a la cita
de Serres con la que abrimos esta ponencia, podemos ver que sus primeras frases
definen de manera muy precisa el trasfondo conceptual de nuestro proyecto:
“Estamos rodeados por ruido. Y este ruido es inextinguible. Está afuera –es el
mundo mismo-, y está también adentro, producido por nuestro propio cuerpo
viviente”. Las ruicicletas, al generar un ruido que amplifica el mecanismo de
esta suerte de prótesis rodante, con la energía que produce nuestro propio
pedaleo, sirve de metáfora a ese ruido interno que nuestra corporalidad produce
con la vida; por otra parte, el ruido de la ciudad repleta de automóviles
representa bien el afuera que constituye nuestro contexto. En ambos casos
pretendemos interferir con esta acción las condiciones a las que estamos
acostumbrados: irrumpir en la forma en que escuchamos cotidianamente, en la
forma en que nos relacionamos con nuestro traslado en la ciudad, y en la manera
en que aprovechamos nuestra energía, al tiempo de demandar un espacio tanto
social como físico que la ciudad le niega no sólo a las bicicletas, sino en
términos generales al cuerpo.
En la primera parte
de nuestra exposición hablábamos de lo complicado que resulta hoy para los
artistas concebir el ruido como un agente de transformación, que irrumpa de
manera efectiva los sistemas culturales establecidos. Aunque dijimos ya que
estas complicaciones han motivado una permanente reflexión sobre nuestras
prácticas artísticas, misma que nos convoca a participar con nuestras acciones
e investigación en los debates sobre Cultura y Arte Libres, y que define varios
aspectos de los Ruidos Itinerantes, como la forma en que abordamos el ruido
tanto en términos sonoros como conceptuales, hay que aclarar que las
dificultades en torno a este concepto siguen llevándonos a cuestionar y
replantear éste y otros proyectos. Es así que en el proceso que hasta ahora hemos
tenido con las ruicicletas nos hemos enfrentado a problemas como la violencia
que podemos llegar a ejercer al intervenir el espacio urbano, ya sea afectando
tanto a los automovilistas como a los peatones que no tendrían que compartir
necesariamente nuestra posición sobre la libertad urbana, o logrando, por el
contrario, acciones de baja intensidad que no molesten a nadie y que pasen por
meras curiosidades sin importancia. De manera similar, es difícil encontrar un
equilibrio en el grado de extrañeza o incomprensión que el proyecto
ruicicletero provoque en las personas, que consiguiera abrir una ventana hacia
modos de percepción que difieran sustancialmente de aquellos a los que estamos
acostumbrados, pero sin sacrificar por ello el interés y el goce que resultan
fundamentales para que la gente participe, haciendo de ésta una experiencia que
convoque realmente a cambiar su relación con la ciudad. Finalmente, no menos
problemático es el tema de la cooptación cultural que tiende a neutralizar nuestras
intenciones ruidosas, sobre todo en el contexto de un sistema político que, con todas sus deficiencias, promueve
tanto la experimentación artística como el ciclismo. Así, cada una de nuestras
acciones ruicicleteras se vuelve una ocasión no para resolver dichos problemas,
sino para buscar nuevas estrategias que los confronten desde distintas
posiciones, siempre con el propósito de profundizar y hacer extensivas nuestras
preguntas.
A estas alturas los
auditores podrán adivinar que no nos interesa cerrar este debate, ni proponer
que existen maneras efectivas de resolver las dificultades que se derivan de
una concepción del ruido como la que sugiere Michel Serres. Podrán adivinar,
asimismo, que nuestra intención con esta ponencia es lanzar algunas
provocaciones que inviten a repensar las prácticas artísticas desde un enfoque
amplio de Cultura Libre que, sin dejar de defender los derechos de intercambio
inmaterial y los importantes procesos sociales que tienen lugar en Internet,
atienda también asuntos como la libertad de nuestro cuerpo, de nuestra
movilidad, de nuestra presencia en la ciudad que habitamos, e incluso de
generar con nuestro movimiento energías libres que prescindan de la explotación
natural y los comercios privativos.
Esperamos,
entonces, que nuestra presentación haya emitido algún ruido que provoque
discusión, diálogo y apertura entre las personas aquí presentes. Como nuestros
hermanos zapatistas sugieren en sus últimos comunicados, la escucha es quizás
el ruido más efectivo para interferir esa lógica autista que representa los
vicios privativos de nuestra época. Por eso agradecemos la posibilidad de estar
aquí para escuchar y ser escuchados, desde los ruidos que cada quien tiene para
compartir en este congreso.
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